
Hacía ya dos años que no estaba en el norte por estas fechas, y había olvidado lo deprimente que era siempre el comienzo de curso: Llueve. No para de llover. Abres las ventanas y ves que el cielo está bajo, que casi puedes tocarlo desde las azoteas de los edificios, y el día comienza pesando sobre tus hombros. Recuperas discos que escuchas sin hablar (no es un buen día para tener una extensa conversación) y al sentir que necesitas aire, que tienes que desfogar todos tus nervios y los recuerdos que te han traído esas canciones, sales a correr para intentar despejar la cabeza, pero pesa más que de normal y sólo te apetece que pase el día en tu casa sin hacer nada porque nada te apetece.
Así eran mis domingos de otoño, ahora los recuerdo (esos domingos que me impulsaban a irme...) y al día siguiente encima el instituto. ¡Madre mía! se me hace raro esta sensación. ¡Parece que no me haya ido nunca!
Quizá haya sido tan opaco este día ( sí, porque es opaco: las nubes ni siquiera dejan pasar la luz y todo está oscuro y grisáceo) porque ha sido el último día de verano y han llegado las últimas despedidas...
Me da pena.


Y otras huirán mañana.


Y también aquellos otros amigos que volveré a dejar de ver en meses y que recuperaré de nuevo en fiestas de guardar. Adiós a mis abuelas, adiós a este pueblo y adiós a este tiempo gris.
Y sé que volveré y me alegraré de ver que aquí, como siempre, el tiempo sigue sin pasar, porque así tampoco me pierdo demasiado de lo que sucede en esta otra dimensión.
Y me apuesto el cuello a que nosotras, unidas por un gran cordón, sabemos que aunque ya no haya ni siquiera llamadas de teléfono, estamos ahí.
Pero es este día gris que me hace recordar que ya ha pasado lento el verano y que mañana finalmente me quedo aquí sola (con las nubes y la lluvia que no me dejan ni de noche) haciendo maletas de cuenta atrás para empezar una nueva etapa en la gran ciudad: como hace dos años pero hoy con la ilusión diferente del que ya conoce el terreno y quiere explorarlo en profundidad y con nuevos ojos; con el nerviosismo de querer descubrir todo lo que sea posible cada segundo del día y aprender de todo ello... y acostarte satisfecha de que sabes algo nuevo, de que no te has quedado en el mismo escalón que ayer.
...
Me da mucha pena dejar estas vacaciones tan raras por excesivamente normales.
Me da pena no volver a ver a mi "Mrs." Hyde cada día viniéndome a buscar a casa.
Me da pena dejar las historias inacabadas, sin conocer el final porque me voy.
Pero ya en Madrid está todo en orden. Ya afronto la realidad desde el presente
"Y allá voy".
"Y al final quiero verte de nuevo contenta, sigue dando vueltas si aguantas de pie"