
Propongo que santifiquen a Bill Gates: San Bill, patrón de las adicciones. Así al menos tendría a quien rezar por las noches para que cuide mi ordenador (cada uno se engancha a la droga que más le satisface, que pasa?)
Pero como no existe y no estoy puesta en lo del santoral y sus especialidades, no puedo rezar y así está mi pobre bicho enfermo si no es siempre, cada dos por tres y cada vez tarda más en recuperarse.
Con lo cual, abandono este cuadernillo de bitácora y después sólo puedo escribir de algunas cosas que todavía recuerdo.
Por ejemplo:
Me he enamorado. Sí. Pero creo que no es muy normal lo que me pasa. ¡Me enamoré de una persona por la manera en que cortaba el Espetec! Si si. Parece un chiste, o que lo digo por decir, pero es que ¡no lo vísteis!
Eran las 8 de la mañana más o menos de una noche en la que yo pretendía volver a casa a eso de las 3 sin gastarme apenas dinero porque 'no tocaba', pero varias llamadas de un amigo me insitían en dejar los pequeños locales que estaba descubriendo por el barrio de Lavapiés para unirme a ellos, pese a la lluvia que calaba hasta más adentro de los propios huesos (hasta esa sustancia que se comen los perros cuando les das las sobras de los banquetes en los días de guardar). Convencida porque había vuelto su amigo (él, que después de repente, sería el especialista del espetec) para pasarlo tan bien como cuando trasnochamos la última vez, llegué a la esquina de Montera con Gran Vía y comenzamos a andar hacia el primer local que pillásemos abierto y con buen ambiente. El caso es que bailamos y bailamos y nos reímos y hablamos toda la noche. De nuevo la música había hecho pasar las agujas del reloj más rápido de lo normal y cuando quise darme cuenta ya era casi de día. Incansable el amigo común entre el espeteccialista y yo quería seguir saltando en cualquier lugar donde no lloviera, pero nosotros, básicos e instintivos como los animales, sólo teníamos ganas de comer y dormir (dejemos la reproducción para otro momento, era demasiado tarde), así que fuimos a la casa donde ellos vivían esa noche.
Y fue ahí, mientras mi amigo y yo hablábamos bajito sentados en el sofá, donde pasó el milagro! (San Bill?). No sé si era la cocina roja americana de barra sin pared que daba hacia nosotros o la luz directa sobre la espalda masculina del tipo (las espaldas siempre serán mi punto debil), pero no podía retirar mi mirada de él, ¡de sus manos! ¡¡de cómo cortaba el espetec!!. Cogía el salchichón ese, la porra esa, con cuidado, quitaba el plástico y, con cuidado, cortaba las rodajas finas finas, como si no quisiera que nadie se puediera atragantar con el envoltorio blanco que da sabor pero se atraviesa en las gargantas. Con cuidado pero sin darle importancia, apenas sin mirar mientras hablaba con nosotros con ese deje gallego tan suave. Y de pronto yo me estaba imaginando

Y es que, cuando cuento esta historia, no puedo evitar reírme y que la gente se ría de lo que cuento, pero es cierto y ahora me doy cuenta.
Me enamoré de un espetec.

Son cosas que pasan.
¡He vuelto!
Patience - Micah P. Hinson - Tu vida en 65'
1 comentario:
Agradecemos tu vuelta desde otro ordendor escacharrado, agradezcotus ánimos, sonrío con tus cosas y me cuesta leerlas (la edad...) con ese fondo oscuro y los colorines. Pero hago el esfuerzo y sonrío
Jrub
(firmo como anónimo porque me pasé ala vesión beta y no me deja otra cosa)
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