Es leer todo lo que he escrito y darme cuenta de que este lugar ya me pertenece...
No es que quisiera hacerme de rogar diciendo eso el otro día, en absoluto, era algo que tenía casi decidido; pero leer de nuevo lo que he puesto aquí a lo largo de todo este tiempo supone el no perder consciencia de que soy yo la que escribe, la que vive... y muchas veces no me paro a pensar en ello. No soy consciente de que es verdad todo lo que veo, oigo, siento, hago... No sé si me explico.
He leído entradas que ya tenía olvidadísimas. Otras me gustaba tanto recordarlas que sí las había leído más, pero las menos importantes me han hecho recordar momentos pasados que si no ya hubiera olvidado...
y me sorprendo a veces de cómo pudieron ocurrírseme esas palabras a mi!
Pero anoche soñé raro. Un sueño que, una vez despierta, quise seguir recordando, de manera que repasé cada momento en mi cama antes de levantarme intentando guardar todos los detalles. En un primer momento dije: lo tengo q recordar para escribir en mi blog, pero justo depués: no, ya no hay blog... ya no... y ¡ qué lástima me dio!
Del resto, ya sois conscientes vosotros.

Todos estábamos concienciados de esto. Lo aceptábamos y nos estábamos despidiendo entre lágrimas y abrazos, pero cuando llegaban los soldados, esa especie de marines sin rostro, sin rostro como en el cuadro de Goya pero armados con modernas escopetas, y mi padre les ofrecía el dedo para ser triturado, no sé cómo nos rebelábamos, dábamos vueltas a las columnas de ese porche en vez de cruzar al que debíamos y salíamos huyendo Gran Vía hacia arriba. Mi hermana tenía la misma naricita de cuando era pequeña. Era la niña de 5 años con el lazo sobre la cara que hace ya un tiempo fue pero más mayor. Aun así iba en brazos de mi madre. Mi hermano era un chico mayor que yo. No tenía rostro o no lo recuerdo. Mi padre, a la altura del primer teatro de Gran Vía me paraba y me empezaba a decir cosas que le iban mal de su ordenador, cosas que había estropeado y que no nos había dicho, que sabía que iba a morir y que confiaba en mí para arreglárselo. Yo le tapaba la boca llorando y le decía 'calla, calla', porque mi padre y su prolongación en forma de ladrillo informático siempre fue nuestro desencuentro. Y seguíamos huyendo hacia arriba. Mi padre y mi hermano se quedaban atrás y yo seguía a mi madre y mi hermana. Tenía tanto miedo de volver la cabeza hacia atrás que sólo veía mis pies y la calzada que avanzaba y avanzaba. Mirar para atrás era ver morir a mi padre o incluso morir yo. Era una carrera de avestruz: "si no veo yo, ellos no me verán". Seguía a mi madre y a mi hermana. Sabía que a mi padre le habían apresado. Era el destino, él tenía que morir y yo no podía dejar de llorar amargamente mientras huía (siempre la huída). En una bifurcación alzaba la mirada pero mi madre y mi hermana no estaban ya allí. Supuse que habían ido hacia arriba. También sabía, sentía, que habían sido apresadas y que si seguía tras ellas también me apresarían a mí y era tan cobarde que prefería desviarme para salvar mi culo y de pronto una sensación de soledad y desasosiego tremenda me invadía mientras cogía el camino de la derecha. Ya era de noche. Corría, corría, corría por las calles estrechas de casas bajas del pueblo de mi padre. Alguna otra vez habían aparecido estos caminos y casas, que se supone que son de ese pueblo, en mis sueños. Jadeaban los soldados detrás y por fin me adentraba exhausta por una fila de chalets y matojos, esta vez de 'mi pueblo', que quedaban a las afueras de la civilización, justo pegado al camino de piedras y barro que une el puente del poblado de escasos 300 habitantes donde creció mi madre con la estación de tren. Y allí había cientos de gatos y pinchos que me arañaban. Caía a una zarzamora que me abría el tobillo con una raja por donde salía el bulto que tengo desde que en mi viaje a Berlín le dí una patada a un bidón una noche jugando 'a futbol' por la calle. Los gatos me arañaban y maullaban y bufaban furiosos. Por fin lograba deshacerme de ellos pero uno pequeño con forma de zorro rosa fucsia igual que mis calcetines bajitos se sujetaba a mi mano con los dientes y las uñas, y por mucho que lo zarandeaba en el aire seguía mordiéndome y se aferraba a mis dedos haciéndome mucho daño. Se había hecho de día y volvía malherida al pueblo (esta vez era del que partíamos en el sueño, del de mi madre) por el puente, entrando por la carretera. Cojeaba. Se estaban celebrando las elecciones después del Golpe de Estado y mi prima salía del Casino del pueblo tras haber votado. Ella era grotesca. Si de normal no es muy agraciada, salía por la puerta con una cinta en el pelo muy gorda y mal puesta, el pelo marrón inerte despeinado y sucio, la barbilla hacia fuera y la cara llena de granos, gafas gruesas y los pantalones por encima del ombligo. Se agarraba la cintura con los brazos en jarra echando los hombros para delante y hablaba mal, como si fuese retrasada. Me decía que ya había votado y yo, con impotencia, pensaba en mi padre muerto. En que había tenido que morir y ellos no lo sabían o no les importaba, para que ellos hubieran ido hoy a votar. Por la carretera por donde yo había llegado venían con la luz del día mi madre y mi hermana heridas también y nos abrazábamos. Mi madre me decía que a mi hermana le habían torturado y echado aguafuerte en las heridas mientras le preguntaban 'qué sabía', pero que ella había aguantado el dolor como una campeona y todo el rato había contestado que 'no sabía nada' hasta que se dieron por vencidos y la dejaron irse. Me enorgullecía de ella. Sabía que si a mi me hubieran hecho eso hubiera cantado enseguida por miedo al dolor, al sufrimiento y a la muerte (y me ponía nerviosa porque yo hubiera condenado a mi padre), pero ella no es así, ella es valiente, madura...
Y no recuerdo bien el final. Creo que hubo dos, que mi cabeza no aceptó que mi madre dijera 'pobre tu padre, ya sabía que iba a morir' y acto seguido puso otro final alternativo que era algo así como 'sí, pero tranquila, todos hemos logrado salvarnos. Papá y tu hermano también están vivos'. Y nos abrazábamos de nuevo.
Y el despertador había sonado hacía media hora pero no podía dejar la historia sin terminar, no podía dejar el final en duda...
Estoy leyendo 'La plaza del diamante' que trata de la guerra y la posguerra. Del aguafuerte y los milicianos...
En mi última entrada renegaba de muchas personas en este lugar, pero siempre hay alguien que lo escribe y ese alguien tiene su propio subconsciente que no puede dejar de sacar en sueños cosas que se le quedaron grabadas antes, como en "La ciencia del sueño" saliendo después por la noche con 'un poquito de aquí, otro poquito de allá... y voilá'.
Freud dice que hay que matar al padre para superar los traumas, para lograr la libertad de la consciencia...
Qué lástima que no recuerde todos mis sueños.
Este es el principio de un nuevo rumbo en este lugar.
(Para empezar estoy escribiendo apenas pasada la media noche. Un pequeño paso.)

Old beats, cold beats, I’m just cold meat
Runaway, runaway you want it
Runaway, runaway you want it
Runaway anyway you want it
Runaway, runaway you want it