viernes, marzo 16, 2007

Room of white insects (one)


A las 3 de la mañana una cucaracha se paseaba junto a mi mano, justo al lado derecho del teclado del ordenador que apoyaba yo en el suelo y manejaba desde mi cama sin patas. Al principio me pareció una sombra de mi propia muñeca a la luz de la pantalla del portátil e hice la prueba de repetir el movimiento pero no, no había sido mi mano, de manera que levanté, temiéndome lo peor, el ordenador y ahí estaba alargada y negra; muy negra. Chillé en silencio ya que no quería contagiar de insomnio al resto de la casa y tras pensar que en caso de un ataque nuclear ellas sobrevivirían (luego son seres más fuertes que nosotros), mi primera reación fue volver a taparla con el ordenador. Me dije, si se queda debajo por lo menos ya no sale, pero las cucarachas son como fantasmas que atraviesan paredes y bajos de muebles donde apenas cabe un folio y salió por la izquierda de mi teclado. Saltaba en la cama impotente. Salí a por el 'Cucal' pero Irene lo había dejado dentro de su habitación cuando limpió durante el día y no quería despertarla. Es fácil decir "la matas con un zapato", pero sólo el ruido que hacen, el cruijido que conlleva su muerte, me da más terror que el propio bicho. Pensé escasamente en el pasillo y decidí coger la fregona y matarla con ella: eso amortiguaría el sonido de su "caparazón" al partirse y si no moriría ahogada. La dejé bajo la fregona después de cinco segundos apretando. Me fui a dormir al sofá con mi manta del Caprabo y el libro bajo el brazo.
Se me olvidó recordar todas las cosas que había pensado sobre el insecto y lo creí muerto bajo las tiras superabsorventes amarillas de la fregona.

ilusa...

Al despertar la mañana siguiente con el libro caído, la luz de la lámpara del salón encendida y picores por todo el cuerpo provocados por patas negras y pequeñas imaginarias, le pedí a Sandra que por favor matara a mi enemiga. Levantó la fregona mientras yo me rascaba compulsivamente y me escondía detrás de Irene pero la cucaracha ya no estaba allí. Moví toda mi habitación. La rocié con 'Cucal' intoxicando a todo ácaro valiente que habitara en mi cuarto, pero ella no apareció viva ni muerta. Miré esquinas, bajos y rodapiés pero nunca más apareció.
Pensé que quizá había sido producto de mi insomnio, una visión (cuando fui a taparla con el mocho de la fregona estaba desafiante con las patas delanteras levantadas y no sé si eso lo puede hacer una cucacracha).
Me asusté ¿Podría ser un Delirium Tremens?
Pero juro que ella estaba allí. Lo juro. Yo la ví. ¡Yo la tapé!

Sólo sé que desde el lunes temo meterme en mi cama sin patas a dos centimetros del suelo y que por las noches cuando sueño aparecen bichos en cualquier momento por ellos y me hacen encogerme en la cama creyendo que mis extremidades cuelgan por los costados.

Ya no abro la ventana.

Ya no ando descalza.

(De pronto siento mi vida en peligro.)

Cuando se lance la próxima bomba atómica, cuando nos quedemos sin agua que beber, sólo me acordaré de Alexandra (la he bautizado ahora mismo, sí) mientras agonizo. Jodida hija de puta.

Seguro que ahora, mientras me estoy rascando las huellas de sus patas que no dejo de sentir en mi espalda, se está riendo de mi desde su agujero, esperando al acecho para dominar el mundo.

You've got a devil inside. Devil inside.

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