(Como escribían antes nuestros abuelos)
TENGO PROBLEMAS CON LA PUBLICACIÓN. ESTE PÁRRAFO ANTES ESTABA ENTERO. YA NO RECUERDO QUÉ PUSE Y TODO ME SUENA FEO AHORA
<<[...] pe ro, querido tío, Adolfo y yo creemos debe saber que Josefina abandonó la casa hace unas semanas y sus cosas todavía están en la calle. No se lo comunicamos antes ya que madre temía por su salud ahora que quedan pocas semanas para que vuelva de nuevo a Madrid. [...]
No hay día en que no piense en usted. ¿cómo se encuentra?>>
Esta mañana había decidido que volvería a este lugar virtual (mi lugar). Quería hablar de un mendigo que coincidió cerca de mí el otro día en el metro, de su hedor y los gestos desconfiados que ofrecía ante el vacío que se formaba en torno a él, del saxofonista que cubría los silencios inconclusos de una tarde de indecisiones y miradas perdidas que volvían a encontrarse... de todo lo que había encontrado en mi salto al vacío de estas semanas perdida lejs de este sitio. Sin embargo, hoy al mediodía me encontré con el equipaje que dejó una tal Josefina aquel día que abandonó su hogar y una historia no vivida me ha venido a la cabeza.
Sus cosas seguían en la calle, cubiertas del polvo que se había acumulado sobre ellas con el paso de los años: los muebles deshechos de carcoma entreabiertos y cedidos de soportar la humedad, los libros en inglés de esos viajes junto a su marido por los difrentes lugares del mundo que marcaba su pasaporte (aquel librito de quien tanto amaba que ella guardó junto a sus objetos más valiosos, siempre al lado izquierdo por ser el lado del corazón, hasta el día en que se fue). Allí continuaba la propaganda de cuando todavía era joven y soñaba con tener una lavadora mejor que la anterior y sus postales marcando páginas de cuentos que quizá nunca llegó a terminar de leer.
He pasado junto a este tesoro y he deseado que nadie tocara semejante estatua llena de historia en el tiempo que tardase en salir de clase tal y como nadie se había atrevido a hacerlo hasta que el marrón claro de su maleta llegó a tener ese tono negruzco que tomamos todos con los años.
Josefina se hartó de no ser igual que las azafatas que llevaban esas cartas que enviaba en sobres de reborde rojo y azul cuando él estaba lejos. Se cansó de volar sin ser ella quien decidía a dónde. Miraba las fotos de las jóvenes guapas que anunciaban esas aspiradoras que en España tardarían en llegar y se negaba a seguir arrodillada fregando el suelo frío que cubría su casa. Su familia estaba lejos y él tan sólo en forma de fotografía sobre una solitaria mesilla de noche.
Se fue. Nunca se supo si llegó a ser feliz subida en un avión o aprendiendo inglés en su América soñada. Él encontró sus cosas en la calle y no las quiso tocar. Volvía de un viaje largo y confió que si dejaba las cosas como ella las dejó al marchar, algún día volvería para recuperar lo que había olvidado.
<<...¿cómo se encuentra? espero que en las dos semanas que le quedan de estancia en Pakistán haya mejorado salud...>>
Pero ella no volvió, y la pegatina con destino Torrelavega que había pegado ella en su maleta siguió en esa callecita hasta que yo me la encontré.
Él murió dos años después. 1957.
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He vuelto. Josefina no volvió. El astronauta desapareció entre polvo de escombros.
Vuelvo con fuerzas para soportar el peso de los años que me están rodeando y que pienso almacenar en esta maleta para que no pese tanto sobre mis espaldas menudas.
Fuera sopla el viento,No hay día en que no piense en usted. ¿cómo se encuentra?>>
Esta mañana había decidido que volvería a este lugar virtual (mi lugar). Quería hablar de un mendigo que coincidió cerca de mí el otro día en el metro, de su hedor y los gestos desconfiados que ofrecía ante el vacío que se formaba en torno a él, del saxofonista que cubría los silencios inconclusos de una tarde de indecisiones y miradas perdidas que volvían a encontrarse... de todo lo que había encontrado en mi salto al vacío de estas semanas perdida lejs de este sitio. Sin embargo, hoy al mediodía me encontré con el equipaje que dejó una tal Josefina aquel día que abandonó su hogar y una historia no vivida me ha venido a la cabeza.
Sus cosas seguían en la calle, cubiertas del polvo que se había acumulado sobre ellas con el paso de los años: los muebles deshechos de carcoma entreabiertos y cedidos de soportar la humedad, los libros en inglés de esos viajes junto a su marido por los difrentes lugares del mundo que marcaba su pasaporte (aquel librito de quien tanto amaba que ella guardó junto a sus objetos más valiosos, siempre al lado izquierdo por ser el lado del corazón, hasta el día en que se fue). Allí continuaba la propaganda de cuando todavía era joven y soñaba con tener una lavadora mejor que la anterior y sus postales marcando páginas de cuentos que quizá nunca llegó a terminar de leer.
He pasado junto a este tesoro y he deseado que nadie tocara semejante estatua llena de historia en el tiempo que tardase en salir de clase tal y como nadie se había atrevido a hacerlo hasta que el marrón claro de su maleta llegó a tener ese tono negruzco que tomamos todos con los años.
Josefina se hartó de no ser igual que las azafatas que llevaban esas cartas que enviaba en sobres de reborde rojo y azul cuando él estaba lejos. Se cansó de volar sin ser ella quien decidía a dónde. Miraba las fotos de las jóvenes guapas que anunciaban esas aspiradoras que en España tardarían en llegar y se negaba a seguir arrodillada fregando el suelo frío que cubría su casa. Su familia estaba lejos y él tan sólo en forma de fotografía sobre una solitaria mesilla de noche.
Se fue. Nunca se supo si llegó a ser feliz subida en un avión o aprendiendo inglés en su América soñada. Él encontró sus cosas en la calle y no las quiso tocar. Volvía de un viaje largo y confió que si dejaba las cosas como ella las dejó al marchar, algún día volvería para recuperar lo que había olvidado.
<<...¿cómo se encuentra? espero que en las dos semanas que le quedan de estancia en Pakistán haya mejorado salud...>>
Pero ella no volvió, y la pegatina con destino Torrelavega que había pegado ella en su maleta siguió en esa callecita hasta que yo me la encontré.
Él murió dos años después. 1957.
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He vuelto. Josefina no volvió. El astronauta desapareció entre polvo de escombros.
Vuelvo con fuerzas para soportar el peso de los años que me están rodeando y que pienso almacenar en esta maleta para que no pese tanto sobre mis espaldas menudas.
fuera está lloviendo,
un aullido aterrador...
...Todo lo que siento,
Llueve desde dentro...
En sólo un segundo
He comprendido lo que importa y lo que no...
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