La luz no le deja- ba dor- mir. Al llegar había olvi- dado bajar las per- sianas. Estaba desnuda sobre la cama, la ropa por el suelo. Cogió una camiseta fina que colgaba de la silla donde la ropa se había ido amontonando durante los días que llevaba ocupando aquella solitaria habitación y se la puso. Se sentó sobre el bordillo de su cama y se frotó los ojos, la frente, el pensamiento... se atusó el pelo seco y despeinado por el humo. Con esfuerzo se puso de pie y abrió las ventanas. Entraba el sol del mediodía (supuso) aunque en realidad no sabía qué hora era.
Volvió a tumbarse sobre la cama que tan solo conservaba las sábanas. El resto de mantas moría junto a las ropas sobre el suelo esparcidas alrededor del colchón.
Respiró hondo. No podía seguir así. La compañía de las noches madrugaba en una absoluta soledad con forma de despojos que sólo se veían al brillar fuerte el sol muy entrado ya el día. Le dolía la cabeza. Sentía la piel diez años más vieja que la tarde anterior, llena de escamas que se deshacían al pasar la mano sobre ellas. Miró hacia la derecha tumbada boca arriba harta de observar sólo las formas de la lámpara barata del hotel. Sobre la butaca que acompañaba al aparador un sujetador de encaje barato semitransparente y lleno de finas motitas negras colgaba abandonado. La camisa seguía el camino del aparador lleno de restos de botellas y vasos mediovacíos y hielo derretido que dejaba marca sobre el falso mármol, hasta la cama. Blanca. De seda. Camisas elegantes para ser quitadas con un simple movimiento rápido de muñeca. La tela que con tanto detalle se había puesto para aquella noche no era a los ojos que la habían mirado sino un simple retal para guardar el pudor.
Si levantaba la pierna en esa postura podía verla reflejada en el espejo que colgaba sobre ese aparador repleto de restos y colillas quemadas, pero era demasiado esfuerzo el levantar la pierna ahora.
...Anoche los tacones eran la prolongación de sus pantorrillas...
Trató de recordar, de hacer memoria sobre todo lo que había ocurrido durante la noche. Recordaba canciones y bailes, la orquesta tocando sin parar, sus piernas vivas y risas, muchas risas y risas y carcajadas a su alrededor. Giros, vueltas, bocas que hablaban y a las que ella contestaba, caras que la miraban, caras conocidas borradas por el humo, la oscuridad y el alcohol. Y en medio de su danza desaparecía la noche y sólo recordaba unos labios y unos ojos bajo aquel sombrero. Unos labios y el aliento que se mezclaba con el suyo insistentemente dejando la música en un segundo plano. Después, el sonido al cerrarse de la puerta de su habitación antes solitaria. Creía recordar haber puesto un disco en la gramola, pero ahora ya estaba quieta. Y la fiesta había seguido en compañía de otra alma que disfrutaba de la paz que dan las noches en vela, en aquella habitación que sólo entonces había tenido vida, hasta que la madrugada (o la mañana, quién sabe) había podido con sus ojos y la habían dormido.
Pero ya había amanecido y la luz le dolía ahora. A su izquierda no había marcas de hombros anchos que la hubieran abarcado, ni un poco de calor perdido en forma de hoyo entre las sábanas. No había un simple cabello abandonado sobre la almohada. Las ropas que se arrastraban sólo eran de mujer y tan solo los restos de vida (de muerte) tenían la marca de sus labios en un vaso ancho y bajo a medio acabar junto a otro vacío que le hacía compañía. Era el único resto de amor de una noche que no recordaba y aquello le hizo sentirse vacía y de nuevo sola en medio de un mundo que le abrumaba. La felicidad, pensaba, es tan efímera que no merece la pena recordarla pero ojalá pudiera ser consciente ahora de lo que anoche me hacía sentirme viva...
Le costaba respirar. En el armario de detrás de la cama una puerta corredera lacada y con rejilla escondía la razón de su estancia en aquel hotel: el maletín lleno de hojas que resumía la conferencia que daría aquel día en aquella ciudad. Ella, que cumplía con el modelo de persona cuerda, seria, inteligente, trabajadora... La mujer que daba conferencias, tenía una reputación y ganaba dinero... se sentía tan sola, tan tremendamente abandonada, que no podía hacer llegar el aire a sus pulmones. Última vez que bebo, pensó. Se estiró en el colchón y palpó el hueco que había junto a ella buscando la imagen que no podía recordar de alguien que le acompañó en un momento de éxtasis y al no encontrar más que el frío de su propia sombra se encogió sobre sí misma, acurrucada, y con los ojos abiertos pensó en que podría morir en ese momento que pasarían muchas horas hasta que alguien la encontrara.
Se incorporó, sentada, miró por su ventana y se cogió las rodillas ataviada con aquella fina camiseta rosa de algodón que había encontrado sobre la silla. ............................................................. Suspiró y tan sólo miró por la ventana.
...'Qué buen día hace'...
Y en su cabeza insistente esta canción, mientras su corazón duro y frío (eternamente) miraba a la nada.
...Il Me Parle Tout Bas / Je Vois La Vie En Rose...
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