domingo, mayo 06, 2007

Psicotrópico de cáncer













Creía que era ella quien actuaba así porque lo quería, no porque aquellas pastill
as estuvieran afectando a su cerebro.

Había amanecido. Anoche había vuelto temprano, no eran más de las 4 a.m, porque por fín tenía sueño. Se acostó boca arriba y, engañada por el poder de su mente pensó que ya no le eran necesarias tantas pastillas para conciliar el sueño, pues estaba cansada y sabía que se iba a dormir rápidamente.

Tardó unos veinte minutos... dándole vueltas a todo lo que durante el día había hecho, dicho, lo que haría mañana y hablaría después. Se le habían venido a la cabeza imágenes fugaces que podría retratar, canciones repetitivas que agusanaban el cerebro por unos minutos, frases que escribir cuando despertara al día siguiente descansada porque estaba segura, aunque siempre se le acababan olvidando por la mañana, que esta vez lo recordaría.
Se durmió y por la noche pasó frío. Creía que el tiempo había mejorado y se arropó tan solo con su sábana blanca y una manta fina y azul, de manera que cada cierto tiempo se desvelaba y se acurrucaba más y más hasta casi desaparecer en su cama, hasta que las rodillas se fundían con su pecho y la cabeza apretaba tan fuerte hacia ellas que parecía toda ella una cochinilla asustada cuando le tocan, para buscar el calor de su propio cuerpo. No quería levantarse y buscar más abrigo. No quería aceptar que se había despertado, que no iba a poder dormir del tirón.

Había amanecido. La luz la había desvelado definitivamente. 8 de la mañana. Domingo. No había ya nada que hacer. Se había acabado su noche. Abrió de par en par las contraventanas de la habitación y se tumbó boca arriba de nuevo, pensativa. Había encendido la radio y sonaba de fondo una voz monótona anunciando titulares "son las 8, las 7 en Canarias".

Ahora que existe una contradicción entre su mente y su estómago tiene que pensar en otras alternativas mientras le dan los resultados del análisis médico. Y le han dicho obligatoriamente que tiene que cuidarse, descansar, dormir, relajarse y no tomar nada fuera de lo común: NO café, NO cafeína, NO alcohol, NO picantes, NO tabaco, NO gas, no... ¡NO!
(Por lo que ahora no puede dormir sin su pastilla.)
Lo justo es de día y la luz y las preocupaciones la despiertan para que sea más larga la incertidumbre.
Mira al techo y ni siquiera pestañea. PIENSA. Piensa en su vida o en lo que queda de ella y piensa en lo que ha pasado en los últimos años, desde que dejó la escuela secundaria. Y tiene miedo a su debilidad. Tiene miedo de su cobardía. Son muchas cosas las que la enferman ...y sólo tiene esta vida.
Y mira al techo y se da cuenta de que aunque muchos no lo entiendan, se necesita perder la conciencia de vez en cuando; ella lo necesita y necesita que desaparezca de su cabeza la lucidez por unas horas bajo litros de elixires para noctámbulos, pero ahora sabe que su estómago reventaría, como quien prende mecha a un coctel molotov casero y espera a que el trapo que conduce el fuego entre en contacto con el líquido de dentro de esa botellita porque sabe que hará 'bam'. Sin embargo es inútil para ella intentar abrirse, relacionarse con gente que apenas conoce o aguantar una sola mirada de deseo si no se ha apoyado antes en el placebo de la deshinibición y busca otras fuentes alternativas que su corazón reclama para poder ser también útil en su vida, para poder dejar de ser por unas horas ella misma, pero que la cabeza rechaza sin titubear.
El humo que había aspirado en Amsterdam sólo había servido para acelerar su mente y no tener a dónde aferrarse en esa elevación, asustándola mientras veía cómo subía peldaños de dos en dos hacia una visión que nunca antes había tenido de su mundo, llegando a una cima de la que sólo quería bajar, fuera como fuera (fuera como fuera pero ¡fuera!), porque no había sido consciente hasta entonces de que aquello pudiera darse y su cerebro no estaba preparado, no quería admitir que no era él el que controlaba la situación, sino tan sólo el puro humo. Esquizofrenia. A la larga una cabeza tan revuelta, llena y a presión como la suya sólo podía acabar escuchando las voces de las deformidades que habitaban dentro de sí misma.
Psicotrópicos. Necesitaba psicotrópicos para poder alienarse de su cuerpo y de su cara angelical durante unos momentos. Psicotrópicos que convirtieran su peca en mosca que anduviera hacia su boca y su pelo enredado en paja que poder arrancar para después sentir la satisfación de que no era cierto y seguiría siendo su pelo que está en el mismo lugar.
Pero los psicotrópicos que su corazón pide para liberarse de la férrea dicta-dura mental podrían acabar con su estómago también. Y si esos otros psicotrópicos no dañan a su estómago sí lo harán a su cabeza que se pondrá en ebullición sin una válvula de escape apenas.

Piensa, mientras mira al techo y espera los análisis, en tomar una decisión. ¿Y si lo que tiene es cáncer?
¿Qué haría al recibir la nota del médico?
Gritar. Y después? Huir. Y después? Morir?
Y si va a morir por qué no mandar todo a la mierda. Para qué cuidarse tanto?

Creía que era ella quien actuaba así porque quería, no porque aquellas pastillas estuvieran afectando a su cerebro.

I'm gonna get drunk. So drunk at your wedding.

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