
Héroes y heroína (o pastillas que borran la memoria).
La lechera corre con el cántaro sobre la cabeza, salta, vuela en los 100 metros lisos. El cántaro es tan ligero que no cae porque ni siquiera ha comenzado a existir. La lechera todavía ni es lechera, ni ha nacido.

Un retrato (con algo de sangre) para volver a la realidad, para madrugar mañana e ir a clase.
Y en el presente encuentro mi teléfono dentro de las bragas de una puta en el metro Cuzco. Los cinco matones de cara picada me hacen compañía ante las cortinas de entrada al local comiendo pipas. Me miran de arriba a abajo soñándome sin pantalones (¿aquí viene la nueva?). Llaman al jefe, Español, que con su traje beige se cree con derecho sobre todas ellas, desgraciadas, que no pueden hacer sino gemir por cuatro puñeteros duros y un par de mamadas y que son tan honradas que devuelven el teléfono a una niñata que sueña con grandilocuencias y sólo gasta el dinero en cerveza, en ropa, en libros, en mierda. La niñata que cree que tiene demasiados problemas y sería feliz al otro lado del Atlántico, una vez más, lo más lejos posible, huyendo de

En Nueva York los prostíbulos no tienen luces de neon tan discretas. Las putas si se encuentran un teléfono no lo devuelven, pero porque ellas no son de Bielorrusia, como las de aquí. Ellas son hispanas y negras de caderas anchas y educación tropical.
En Nueva York en los prostíbulos no pueden entrar chicas autóctonas cargadas con bolsos y con tan poco glamour. Allí, hasta en los prostíbulos te exigen el sello identificativo de la ciudad: la impersonalidad personalizada.
Lou Reed me habla al oído y me invita a un paseo salvaje, Julian nos encuentra en el dormitorio sodomizando la noche cargados de éxtasis y se sienta en un rincón. Bob suena de fondo y le presta las gafas al pintor que anida en mi sofá esos días en busca de un comisario del MoMa mientras trata de seducirme y yo me dejo. Un avión trae su mercancía porque los océanos ya son desiertos. Woody Allen me presta su china. Gael me lleva de viaje por México en furgoneta.
Cuando una no quiere ni oír hablar de su futuro, es mejor imaginarlo en la barra de un pequeño bar con algún amigo que no tenga muchas ganas de hacer mucho más... POR AHORA.
Es divertido soñar.
Es divertido.
Muy divertido.
Divertido.
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