lunes, julio 16, 2007

Blasfemar ante lo obvio (es inútil)


Joder!

Cargada calle arriba con bolso-maleta-mochila, una asquerosa cucaracha anda desorientada en mi misma acera dándose golpes contra las juntas de los adoquines.
Lo que me faltaba para acabar bien el día.

En la estación de autobuses minutos atrás, un raro silencio se había apoderado de las escaleras mecánicas. Todo estaba como dormido. Un reencuentro con retraso de una pareja ante mí, en este silencio misterioso, en mitad de unas escaleras que bajan y las mías que suben, también se produce sin palabras, sólo miradas. En la taquilla una cola que no avanza y es la una y cuarto de la madrugada y el autobús sale en 15 minutos. No hay billete. ¡No hay una puñetera plaza para
ir a mi casa en un día como hoy y a estas horas! Titubeo y decido si comprar un ticket para mañana. El titubeo me hace perder el metro que volvía a la casa de la que había salido un rato antes. Bajo las escaleras mecánicas, y silenciosas, donde sólo parece estar vivo el vapor que lanzan los ventiladores de la entreplanta y yo (creo). 22 minutos de espera. El metro se estaba marchando en mis narices. ¡¿22 jodidos minutos!? Como odio las esperas bajo tierra, decido tomar otra línea que me deja cerca de casa y andar un rato calle arriba por esa acera que siempre me gusta recorrer.
Y las escaleras mecánicas que suben a la superficie que ya están apagadas.

Y los ascensores que dormitan fuera de servicio.

Dios, (de verdad alguien puede creer que hay "algo" "ahí" en estas situaciones?) si no fuese porque el estómago y los intestinos algún día de estos van a decirme 'hasta aquí hemos lleg
ado', me perdería en cualquier lugar a tomarme cualquier cosa.

No hay uno solo de los bancos que dejo atrás en mi camino a casa que no quiera convertir en una improvisada cama ahora. No quiero más asfalto, no quiero más la mierda esta de jaula subterránea que tengo por piso donde ni siquiera en pleno Julio puedes disfrutar del sol.


Quizá esté siendo todo esto la pequeña venganza po
r haber disfrutado demasiado este fin de semana. Mis neuronas todavía están atontadas e intentan asimilar la paliza a la que las sometí durante unas 10 largas horas cada día (cada noche) de música.

Me dí cuenta, en las vueltas a casa por la mañana estos dos días, de que miles de jóvenes 'occidentales' volvíamos en el primer metro, tras horas de placer y música, sucios, felices, extasiados y extenuados pensando en la cama en la que cobijarnos hasta la tarde de ese día que acababa de empezar (y que continuaría con más conciertos por la noche y más fiesta que disfrutar) y en esos mismos metros se montaban desperdigados suramericanos que muy limpios y espabilados iban ya a trabajar. 'Mira', me decía sola en el vagón de vuelta, 'esto si es un ejemplo vivo de la sociedad de hoy en día'. Y luego hay quien no quiere que vengan y se queja y dice que si tal que si cual que si delincuencia que si paro. Por favor, no seamos gilipollas además de vagos! ¿Quienes son los que pringan para que nosotros disfrutemos?
Hedonismo. Y yo pertenezco a esta generación.

Putos niñatos consentidos.

Y felices.

¡Obviamente!


No puedo dejar de pensar un sólo segundo. Me habla mi amiga y la escucho, pero mi cabeza de pronto, a la vez, está en su mundo y no para, y no para, y no para. Quiero gritarle 'PARA!' pero no puedo.


Y durante este largo camino de vuelta a casa tirando de la maleta y cargando con el bolso y la mochila, se me ocurre cómo escribir todo lo que quiero decir y trato de fijar frases en mi mente.

Y es entonces cuando una jodida cucaracha se me pone delante. Veo que anda como haciendo eses. Trago el grito que podía haber dado (por fin) y pienso en que está tan desorientada como yo.


Joder, pienso, ¿qué coño pretendo con mi vida?
En verdad ¿me va a venir bien irme a Londres?


Voy a coger el tren de las 7 de la mañana.
Paso, hoy no duermo.

Ya son las 4.

Who the fuck
you think you are?

No hay comentarios: